ALJOSCHA

We are living in the best of times, we are starting to build paradise

Can I feed the monkeys in Gibraltar?

 

Por ironías del destino, la última Bienal de Arte de Venecia que ha podido celebrarse (la de 2021 se ha trasladado a 2022, y veremos), aquella comisariada por el alemán Ralph Rugoff, llevaba por título ‘¡Ojalá vivas tiempos extraordinarios’. No sabemos si fue una especie de profecía o de maldición, el caso es que desde su cierre la humanidad se ha visto inmersa en una pandemia que nos ha puesto en jaque y nos ha llevado al límite de nuestras posibilidades. El ser humano, de nuevo, se ha sentido vulnerable y finito.

Pero no es lo normal. Por norma general, hombres y mujeres nos creemos pequeños dioses por encima del bien y del mal, seres superiores que colonizan este mundo (y los que podamos encontrar en el espacio exterior), sometiendo a nuestro capricho todo lo que nos rodea, animal, vegetal o mineral, de lo que hacemos uso para satisfacer nuestras necesidades sin importar las consecuencias.

La muestra Vivimos el mejor de los tiempos. Estamos comenzando a construir el Paraíso, del artista alemán de origen ucraniano Aljoscha (Glujov, 1974), en el Palacio de Santoña de Madrid este mes de septiembre, debe leerse con un doble sentido, en absoluto contradictorio, sino que empasta y se complementa sin fisuras. De un lado, supone subrayar con sus trabajos (una especie de organismo que coloniza el espacio en el caso de las esculturas, que genera mapas de nuevas realidades en el de las pinturas), los restos de un pasado fundamentalmente antropocéntico que debemos asumir que ya es resto arqueológico porque no nos hace avanzar hacia el progreso de una forma efectiva y constructiva, pero que se manifiesta en los oropeles y riquezas de la pujanza de la sociedad capitalista y burguesa de una época que ahora contemplamos como ruinas o material museográfico. Sin embargo, y de forma paralela, la propuesta de este autor tiene un halo positivo, esperanzador, al poner el acento en nuestra posibilidad aún de salvación, en tanto que constata la capacidad del cambio y la proximidad de ese “paraíso” que se le ha prometido a todas las generaciones y que, quizás por vez primera, puede alcanzarse sin que nadie salga herido. Y en esto, juega un papel capital la vinculación de Aljoscha con las corrientes “animistas” y del “Bioísmo” aplicadas al arte.

Describen estas tendencias que el papel de la creación plástica no sería tanto copiar la Naturaleza cuanto como implementarse como herramientas que permitan generar nueva Naturaleza, nueva vida. Aljoscha pone el ejemplo de la música, donde esta posibilidad está asumida desde hace siglos: En el ámbito musical, sus profesionales se dividen entre los intérpretes, aquellos que han nacido para reproducir fielmente y en ocasiones perfeccionando en esa ejecución a los maestros, pero sin aportar ni una nota nueva a la partitura; y los compositores, los que amplían el repertorio sonoro de la Humanidad. En el ámbito artístico, el último siglo ha dado pie a importantes tanteos que, sin embargo, se han quedado sólo en eso. Como la abstracción, con pintores que, de Rothko a Barnet Newman, proponían escapar de este mundo desde lo bidimensional pero generando atmósferas ancladas en lo conocido.

El Bioísmo que defiende Aljoscha es una nueva forma de afrontar la estética que, además, no pretende “interpretar la realidad”, sino que se plantea como reto generar nuevas realidades. Hunde sus raíces en la Biología, en tanto que persigue generar organismos vivos, y realza la idea de que la vida no es un objeto cerrado, sino un proceso, del que debemos ser todos partícipes, lo que incluye una dimensión ética en su trabajo. Ello despoja al arte de cualquier objetivo concreto, de cualquier mensaje -lo que, en su opinión, lo convierte en propaganda- y le aporta la categoría de gran misterio que provoca sensaciones intraducibles… como la música. Todo lo que lo acerque a cierto interés del arte por explicar algo lo relacionaría directamente con un algoritmo, fácilmente traducible y, por lo mismo, predecible.

A todas estas consideraciones, también ha llegado Aljoscha con el tiempo, en un transitar con etapas en las que se obviamente se dedicó a los géneros tradicionales (el paisaje, el retrato), pero que no le satisfacían. Es entonces cuando genera su propio “Manifiesto” artístico que aporta al arte un sentido práctico de “nacimiento” y que incide en el calificativo de “creativo” en tanto que, de un modo literal, “crea”. Una de sus sentencias más provocadoras es la que determina que, en el futuro, las galerías serán grandes granjas biológicas, y los museos, por lo mismo, enormes zoos. Porque cualquier cosa que imaginamos en nuestra cabeza es un proceso artístico, el paso previo a conseguir que algo sea real, que algo sea auténtico. Con esa mentalidad hemos de penetrar en las estancias del Palacio de Santoña.

“Reflejo explícito y expresión artística perfecta de las capas artísticas dominantes del pasado”, tal y como lo definen las crónicas de la época, el Palacio de Santoña, actual sede de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Servicios de Madrid, es un inmueble con “solera”, al que será en el siglo XIX Juan Manuel de Manzanedo y González, marqués de Manzanedo y duque de San- toña, el que le dote del nombre por el que lo conocemos. De Historia atribulada, sometido a lo largo de los siglos a diferentes reformas, llegó a ser vivienda de José Canalejas, presidente del Gobierno, del que salió el día que fue asesinado por un simpatizante anarquista en plena Puerta del Sol.

De su fachada, mano del maestro del Barroco Pedro Ribera, a la escalera de honor del vestíbulo o su última estancia, el inmueble, todavía hoy remite a unas glorias económicas y gestas políticas que sus distintos dueños no tuvieron reparo en plasmar con una suntuosa decoración. El proyecto aquí de Aljoscha, que es también el primero itinerante y fuera de su sede de la nueva galería mallorquina la Bibi Gallery de Marc Biblioni y Miquel Campins, insufla alma a las obras del alemán (en realidad, siempre la tuvieron), para que colonicen sus espacios situando en primer plano todo ese pasado antropocéntrico y ostentación barroca, de forma que el resulta- do nos lleve a cuestionar el concepto de progreso que se desprende de la Historia de la Humanidad.

Porque el Bioísmo que defiende nuestro protagonista no se queda solamente en el plano estético. Un ejemplo: la ausencia de líneas rectas en sus propuestas, porque en realidad no existen en la Naturaleza. En el caso del horizonte, este es una convención cultural asumida, millones de moléculas de agua, inestables y en movimiento, que nos dan la sensación de su presencia. O el empleo del color rosa, hilo conductor a lo largo del recorrido en el palacio, tonalidad empleada por este autor al ser considerado por él mismo como “el más bello que podemos percibir en el mundo conocido, tal y como nuestros sentidos nos permiten entenderlo”. Como decía, también interpela a la ética, y a una nueva ética que asume la igualdad del ser humano con respecto a otras criaturas del planeta y, por lo mismo, que nos recuerda que no somos dioses con poder sobre el resto, y que nuestra autoridad para reglamentar el devenir del conjunto de formas vivas al que también pertenecemos es autoimpuesta.

No es la primera vez que Aljoscha se enfrenta a los espacios de un edificio de estas características. Ya lo hizo, por ejemplo, en el Museum Schloss Benrath, en Dusseldorf en 2017, a lo que se suma su entrada, ese mismo año, en la Iglesia de Santa Rita, en Roma, entornos en ambos casos sacralizados por la pátina de la Historia. En el Palacio de Santoña (y con esto les hago
un “spoiler”) la pieza que da nombre a toda la propuesta descansará sobre nuestras cabezas en el lucernario del patio, pero no será casi hasta el final del recorrido que reparemos en ello. Al contrario, el artista ha creado toda una escenografía a lo largo de los salones que invita a fijar la atención en otros detalles. Como en el Portal de entrada, donde nos asalta el mármol de Carrara de la escalera o los dos leones de Carlo Niccoli que la custodian; o la Alegoría del triunfo de España, en el techo, obra del que fuera director del Museo del Prado Francisco Sans y Cabot, que se acompaña de otras referidas a las colonias del último imperio español en el siglo XIX. En torno a ellos sitúa Aljoscha sus, como el los denomina “objetos”. Como sucede con la pieza más bella de la estancia, la escultura La Virtud defensora de la Inocencia frente al Vicio, del mencionado Niccoli, que, al ser tomada por sus propuestas de carácter casi orgánico (y realizadas en muchos casos dotando a lo pictórico de tridimensionalidad, capa sobre capa), operan como si de un organismo que engulle a otro se tratara, ocupando el lugar que realmente le corresponde.

La misma operación se repetirá en el Vestíbulo y en el Salón Renacentista (por su decoración con los bustos, entre otros, de Miguel Ángel), y será más emotivo en el óvalo perfecto que generan las dos crujías de la planta noble y que conforma el denominado Gabinete o Boudoir, con las piezas del artista sustituyendo los objetos que de natural reposan en sus hornacinas.

 

En el Salón Oriental será inevitable que la vista se nos vaya a la mesa, donde una carretilla de construcción descansará invertida, en alusión al pasado industrial del edificio, enfrentada a una figura antigua de una deidad hindú, Hanuman, que ejemplifica la necesidad del ser humano de buscar respuestas a todo aquello que no entiende. Ahora bien, aquellas deidades que nos hemos otorgado, portadores además de unos superpoderes que estimulan nuestra imaginación, tienden a penalizar nuestros comportamientos “desviados”. Aljoscha nos conmina así a pensar si somos tan libres como creemos, si no estamos programados para cumplir una función específica en sociedad, que es además un sistema que necesitamos y del que no podemos escapar, pero que castiga los comportamientos que se saltan la norma. Nuestra mentalidad “científica”, de igual forma, premia el avance progresivo y productivo y penaliza el fracaso, las recaídas, los titubeos o las mutaciones, sin ser conscientes de que nosotros mismos somos el resultado de millones de ellas. Y conformados como estamos de millones de partículas subatómicas estamos “cambiando” a cada segundo que pasa. Asimismo, el cuestionamiento de la idea de que los seres humanos somos como pequeños dioses con licencia por ello para decidir sobre todo lo demás es algo que pone de manifiesto esta propuesta.

En el Comedor de Gala nos espera una pieza de gran escala que ilustra también a la perfección otra de las conclusiones de su autor. Y es que, como bien explica, cuando no somos capaces de entender algo porque se nos escapa al entendimiento, de manera natural le damos apariencia de organismo vivo y le atribuimos propiedades antropomórificas. La escultura que reposa en el centro de esta estancia bien podría ser un alien o una planta carnívora de grandes proporciones, cerca de la que se sitúa una esfera que seguramente relacionaremos con su huevo. La inestabilidad y flexibilidad de sus materiales dota de movimiento al conjunto. Nuestra imaginación hace el resto…

Gusta a Aljoscha de “provocarnos” con los tamaños. Pero por su manera de proceder, el objeto grande suele ser un modelo aumentado del micorcosmos, y los pequeños, criaturas gigantes en un ámbito que se mueva en lo macro. Esas figuras inmensas, de hecho, nacen de la acumulación de pigmentos, de forma que en realidad adquieren su forma del encuentro de estructuras pequeñas, de la misma manera que nuestros tejidos nacen de la simbiosis de millones de células, que juntos forman órganos, que acoplados generan sistemas, que estructurados dan pie a seres humanos, que organizados conformamos sociedades…

En este paseo por el Palacio, el Aljoscha más pictórico se condensa en las últimas habitaciones, como en el Comedor de Gala, el pasillo donde cuelgan los retratos de grandes personalidades vinculadas a la institución y el Salón Luis XV, donde también se muestran sus dibujos nacidos en la localidad malagueña de Frigiliana, ciudad en la que tiene un segundo estudio, y que él no relaciona nunca con bocetos, ya que todo boceto supone “imperfección”, ideas gestadas que no han terminado de ser desarrolladas.

La presentación en Madrid de nuestro protagonista prosigue en Espacio Sin Título, de Cano Estudio, con la propuesta ¿Puedo dar de comer a los monos de Gibraltar?. El título, que puede parecernos una ocurrencia (también la proliferación de bananas en algunas de las obras diseminadas por la galería) remite al compromiso ético del artista. Porque, de tan habituados que estamos a la presencia de estas criaturas en el Peñón, no somos conscientes de que es el único reducto de ejemplares de su especie que vive en Europa en libertad. Alimentarles ayuda a garantizar su supervivencia, pero, por otro lado, implica de nuevo sometimiento sobre unos animales que no viven en cautividad. El mensaje se repetía y amplificaba el del Palacio de Santoña: Ya no somos los que lo reglamentamos todo, sino que formamos parte de un conjunto de criaturas vivas, aunque, eso sí, con capacidad incluso para crear otras nuevas. Estas obras de arte son una prueba.

“La intención es que cuando se visiten ambas exposiciones, el espectador se haga preguntas, se cuestione qué puede hacer él por el mundo. Eso ya te posiciona en otro lugar”, considera Aljoscha. El artista tiene claro que lo más importante que el ser humano puede hacer en la vida es descubrirse a sí mismo: “El mundo está lleno de maravillas, pero pocos son los que se pregun- tan por ellas”. Y si revisamos la Historia, nuestras legislaciones no tienen como fin conseguir que seamos felices o vivir mucho tiempo, sino hacernos sentir libres para ser productivos y llevar así al conjunto de la sociedad a un destino de éxito que perpetúe nuestra dominación del planeta. Darse cuenta de todo esto ya es un avance. Esta exposición, un punto de partida.

Javier Díaz-Guardiola

Julio 2021